Allegro ma non troppo es un libro de cachondeo. Pero... ¿no son en ocasiones los libros de cachondeo los más serios? En él, Carlo M. Cipolla (1922-2000), reconocido historiador italiano, reúne dos breves ensayos, de los cuales el que nos interesa es el segundo, a saber:
Las leyes fundamentales de la estupidez humana.
Para el autor, existen cuatro tipos de personas:
1. Los INTELIGENTES: aquellos que, al conseguir un bien para sí mismos, paralelamente hacen un bien a los demás.
2. Los INCAUTOS: quienes por hacer un bien a los otros, se provocan un mal a sí mismos.
3. Los MALVADOS: aquellos que hacen mal a los demás y con ello logran un bien para sí.
4. Los ESTÚPIDOS: quienes hacen un mal a los demás y, simultáneamente, ¡se hacen un mal a sí mismos!
Esta clasificación puede graficarse de manera muy sencilla en un plano cartesiano, donde el eje de las «x» representa a uno mismo y el de las «y» a los otros, quedando cada tipo de persona en un cuadrante.
El asunto es mucho más grave de lo que parece. Las reglas fundamentales de la estupidez humana son las siguientes:
1. «Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.»
2. «La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.»
3. «Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.»
4. «Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.»
5. «El estúpido es el tipo de persona más peligrosa que existe.»
Valga precisar que, como corolario de la Ley 2, la proporción de estúpidos se mantiene constante en cualquier grupo social, al margen de sexo, raza, profesión, nivel académico, posición económica, etcétera.
Ante el estúpido, la única actitud a tomar es la retirada. Es impredecible y, por lo tanto, el intento de anticipar sus acciones siempre fracasará. Tampoco es posible razonar con él: puedes creer que has entablado un diálogo, que hay entendimiento mutuo, que cumplirá aquello respecto de lo cual llegaste a un acuerdo con él mientras te miraba directamente a los ojos... Pero al final del día, si se me permite la expresión, te llevará entre las patas.
La hipótesis de Cipolla, expresada en un lenguaje erudito, explica —pero no arregla— infinidad de cosas, desde nimiedades como por qué el día de campo fue un fracaso, hasta asuntos más serios, como el que dos personas no puedan vivir juntas. También explica hechos que implican a colectivos, como por ejemplo el que un candidato a presidente, que tiene una elección prácticamente ganada, se las arregle para tirar todo por la borda durante los últimos diez días de la campaña (haciéndose, al menos, un mal a sí mismo).
Intentar razonar con un estúpido es... ¡es una estupidez! También lo es, por supuesto, decirle algo como: «¡No seas estúpido!» Imagínate que, quien lo es, pudiera decidir abandonar dicha condición como si tal cosa, de un momento para otro: «Ya me cansé de ser estúpido. A partir de mañana a las ocho de la mañana, dejaré de serlo.» ¡Ea!
En serio, no es cachondeo: ¡cuídate de los estúpidos!
Cipolla, Carlo M.
«Las leyes fundamentales de la estupidez humana»,
en: Allegro ma non troppo (1988).
Barcelona: Crítica, 2007.